Compartimos este post hecho junto a los amigos de La Troskotrinchera
Con 36 años encima sobre las fechas como el 24 de marzo se hace difícil decir cosas nuevas o que despierten interés. Partimos de afirmar que el proceso abierto después del Cordobazo inaugura el capitulo más espectacular de la lucha de los explotados de nuestro país por su liberación, que esto se enmarcaba en un fenómeno mundial de lucha abierta contra el capitalismo, y que fue una lucha que perdimos, inaugurando las tristes paginas de la noche neoliberal. Hoy nos parece atinado decir que el mejor homenaje a esa generación que se animo a poner en su horizonte la transformación social es sacar las lecciones de lo que fue ese ascenso revolucionario obrero y juvenil. Porque solamente buscando sus raíces profundas, es que podemos entender por qué la dictadura vino a desterrar esas ideas a sangre y fuego.
Por eso esta historia no es solamente la de los militares malos, de su orgía de odio y de muerte, sino de los otros actores, los que sentimos como propios, como hermanos y también de los otros, de los traidores, los arribistas, los burócratas que anidaban en el PJ, es decir, de todos los que jugaron un rol en aquel combate y, en mayor o menor medida, lo definieron.
A partir del ‘74 el peronismo mostró abiertamente el rostro del verdugo de la insurgencia obrera, de esos mismos obreros peronistas que intentaron hacerse paso a un camino correcto, protagonizando las coordinadoras interfabriles, mientras sus direcciones sembraban confianza en una estrategia basada en la conciliación de clases, o se enredaban en la construcción de un aparato militar propio que enfrente al ejército y el Estado.
Hoy son miles de jóvenes que miran con otros ojos al peronismo, que piensan que el kirchnerismo es un tributo centroizquierdista que lo refresca. Este 24 de Marzo nos permite discutir cual fue el rol histórico de ese movimiento “nacional y popular” que hoy se pretende reeditar de forma senil. En este Post los compañeros del Diablo recuerdan muy bien que la lucha contra de lo que se llamo la guerrilla fabril no era patrimonio exclusivo de los radicales, citando las palabras del propio Ministro de Economía el viejo Antonio Cafiero decia: “Estamos marchando al desastre y junto con él no sólo mi persona, sino también, quizás, el Gobierno. […] Parece quebrada la disciplina laboral. Huelgas salvajes por varios lados. Una sensación general de falta de autoridad. La guerrilla fabril prolifera”; y luego: “¿Y la situación fabril, la guerrilla de fábrica, los líos intergremiales, la indisciplina social generalizada? ¿Cómo arreglamos todo esto? No lo sé, no lo sé, no lo sé”
Lo supieron arreglar muy bien. El terrorismo de Estado no empezó con el golpe: mientras una generación obrera y juvenil levantaba las banderas de “justicia social”, en lo que era para ellos “su” gobierno, en el Ministerio de Desarrollo Social tenían la base de operaciones las bandas fascistas de la Alianza Anticomunista Argentina. El movimiento obrero organizado llegó al golpe militar con más de 2 mil militantes asesinados por las bandas fascistas, sufriendo una sangría permanente de sus mejores elementos. El espíritu de la revista Caudillo, redactado por la derecha peronista, que decía “los que le temen a la Triple A…por algo será” grafica el fin político de estos ataques: comenzar a cercenar los lazos entre los sectores avanzados y las bases, divorciar al movimiento organizado de la clase mediante el asesinato y el miedo. Los sectores armados de la izquierda, enceguecidos en una “guerra contra el Estado burgués” no se dieron una política para enfrentar militarmente a las bandas de las Tres A, argumentando que sus objetivos militares eran los cuarteles. Así valiosos compañeros fueron cayendo, se ponían bombas en los locales de la izquierda, se organizaban razias en autos sin chapa, se multiplicaban los cadáveres atados y torturados al costado de las rutas. El miedo se imponía en la conciencia, las salidas radicales por izquierda a este cuadro de situación iban perdiendo consenso, se estaba quemando el pasto bajo los pies de los revolucionarios, su propia base social. Era un primer paso para allanar el camino al golpe que vendría, la represión organizada por las Fuerzas Armadas necesitaba de la sed de sangre de las bandas de lumpenes y peronistas mata zurdos como la semilla necesita del arado para ablandar la tierra.
Hoy cuando el Ejército no puede levantar cabeza por el rechazo y desprestigio social que tiene, ser la “columna vertebral” de la represión es impensable para ellos. Por eso, frente a futuros asensos obreros y populares se abre la puerta a la posible “generalización” de los métodos fascistas como la Triple A, y un rol más preponderante de las “fuerzas de seguridad” como la Gendarmería o las policías provinciales. Sacar las conclusiones de la actuación de la izquierda que se reivindicaba revolucionaria frente a los ataque de las tres A no es una ventana al pasado sino parte de prepararnos para el futuro. 36 años después, con esa derrota a cuestas, en los diccionarios y vocablos de la izquierda no se volvió a hablar de “violencia armada” de “revolución” o “insurrección”. Se convirtió en un tema tabú al cual ninguna de las organizaciones que se reivindican “trotskistas”, decidió abordar.
Nuestras banderas no son la de la “justicia social” nuestras banderas son la de la “revolución social”, nuestras banderas son la revolución y la dictadura del proletariado, como medios para la conquista de una sociedad sin explotados ni explotadores. Nuestras banderas son el internacionalismo revolucionario, que se mostro acuciante como perspectiva estratégica en los 70, frente al circulo fascista que se iba cerrando alrededor de nuestro país. Cayeron una a una, como fichas de domino, las botas de los milicos genocidas para aplastar la resistencia obrera y popular, los golpes de estado en Brasil, Paraguay y Bolivia, Chile, fueron el anticipo de un remate final y más sangriento con el golpe de estado en nuestro país. 36 años después somos internacionalistas porque no consideramos a los grandes combates del proletariado como acontecimientos “objetivos” ni aislados, sino como lecciones que nutren la estrategia de los revolucionarios para la toma del poder en el plano nacional e internacional.
El golpe genocida demostró que la burguesía no va a largar sus privilegios –ni siquiera parte de ellos- así como así. Que no puede haber una sociedad igualitaria por vía reformista. 36 años después, nos deja un debate importante también para la izquierda revolucionaria, la derrota del 76 y el tendal de detenidos desaparecidos que dejó, nos invita a escaparle a cualquier visión facilista que opine que se puede construir una alternativa política, con un poco mas de votos y una “unidad” de la izquierda tal cual es hoy. En ese sentido hemos debatido en los últimos meses con los compañeros del PO. Para pensar que partido es necesario construir para la revolución, es necesario contar con una visión clara de un enemigo que no dudó en poner en funcionamiento una maquinaria de guerra contra la clase obrera y el pueblo.
León Trotsky en su libro “Stalin el gran organizador de derrotas” discute como y de que forma el factor subjetivo, un partido o una pequeña organización revolucionaria, puede convertirse en un factor objetivo de peso en el desarrollo de una situación revolucionaria, que implica enfrentamientos entre revolución y contrarrevolución. En nuestro país, una organización revolucionaria que cuente con diez mil militantes, cambiaria la situación y ampliaría las fronteras de intervención de la misma, pudiendo unir a los obreros con amplias capas de pobres, pudiéndose convertir una organización de este tipo en los vasos comunicantes para la organización e influencia de los revolucionarios entre sectores de masas. La sola existencia de una organización de estas características, determinaría la existencia de oscilaciones bruscas en la situación, el surgimiento de la contrarrevolución organizada en sus partidos y falanges.
El acenso revolucionario de los 70 llevo a que la burguesía junto al peronismo cree la triple a, pero el enorme limite fue que las organizaciones revolucionarias no estaban a la altura de las circunstancias para enfrentar estos ataques. Organizaciones como el PST enceguecidos por una lucha fraccional con el PRT de Santucho, ante tiempos que se aceleraban no supo pensar un problema militar concreto como el de la autodefensa de la vanguardia obrera, atacada y desmoralizada por la triple A. ¿Hubiera sido diferente la historia si el PST se ponía a la cabeza de organizar una decena de comisiones internas que estén decididas a enfrentar a las bandas fascistas? ¿No hubiera sido estas una mejor política hacia organizaciones como el PRT? ¿El PRT habría estado obligado a entregar sus pocas armas a las organizaciones obreras dispuestas a enfrentar a la contrarrevolución? A fin de cuentas todas estas preguntas tienen en la mira un gran interrogante que es ¿que hubiera pasado si se hubiera hecho retroceder a la triple a?